Por Manuel Fernando Martín Torres- Desde mis catorce años siempre lo he conocido como Parque Infantil de Vallehermoso. Creo que tiene muchas singularidades que, en modo objetivo lo hacen diferente y particular. Una anécdota de tantas: el día de nuestra boda, Teyo, el fotógrafo, se empeñó, por no sé exactamente qué razones estéticas en que fuera allí y no en otro sitio, donde nos hiciéramos las fotos.
Aclaro también que en los veinticinco años que llevo trabajando en el Ayuntamiento de Vallehermoso, he sido testigo, pero también agente activo en la forma en que se ha gestionado este espacio lúdico y social.
En los últimos meses se ha cuestionado la continuidad del parque infantil, y se ha abierto la posibilidad de que en su lugar pudiera emplazarse un aparcamiento que albergara coches, pero, especialmente, guaguas de turismo.
Ha habido una respuesta de la población, local o no, en contra de la desaparición del parque. Si lo analizamos con cierta perspectiva (que necesariamente no debe ser política) tanto la existencia de una campaña de recogida de firmas de resultado bastante exitoso, como la propia constitución de una plataforma de “defensa del parque” deben ser entendidas como positivas. Sí, es positivo que en un municipio rural, con tendencia a la indiferencia y/o resignación con la que, por lo general, afrontan las cosas las comunidades con población envejecida, exista una cierta movilización. Entiendo que también es positivo que la población exprese que le importa lo que le concierne, o que dedique parte de tu tiempo a ocuparse y preocuparse por el futuro de un equipamiento común.
La necesidad de contar con un aparcamiento grande – siempre un poco más grande- en el que cupieran guaguas cargadas de turistas, que se repartieran por todo el casco, dejando dinero en restaurantes y comercios, ha sido una cantinela compartida en modo mantra que nos ha acompañado algunas décadas.
Muchos de los de mi edad o mayores recuerdan en los años setenta algunas de esas guaguas aparcadas aquí y allí, como podían; y cientos de turistas comiendo en el Restaurante Amaya o en el Iballa, (luego Fred Olsen decidió construir su propio restaurante en Las Rosas), repartidos por la plaza con fuente, o haciendo cola para comprar algún pan de leña en la tienda de Nina o parra y miel de palma en la tienda de Rafael Cordero. Bien, esas imágenes, y no otras, han calado como la principal demostración de que Vallehermoso, de forma taxativa e inequívoca, era y es capaz de atraer y beneficiarse del turismo.
Estimo que la mayor parte de la población del casco cree que disponer de un aparcamiento grande donde quepan guaguas nos permitirá acceder a la mejor porción del pastel turístico y a generar, consiguientemente, riqueza y empleo. Interpreto que, en buena medida, el Ayuntamiento de Vallehermoso ha tomado ese parecer, ampliamente compartido, a modo de visión estratégica para plantearse construir un aparcamiento con mayor capacidad para guaguas.
No obstante, sería justo estudiar detenidamente cuáles son los criterios que han elegido o elegirán en el futuro las excursiones turísticas de un día, de cruceros, o de grupos organizados de fin de semana para diseñar sus rutas en la isla. Sería muy útil saber si en decidirán pasar por el casco de Vallehermoso por el solo hecho de disponer de un gran aparcamiento o si, ello depende de un conjunto de factores insuficientemente valorados y en los cuales no se puede entrar en un artículo tan corto.
Y sobre todo, habría que estudiar en qué modo esas excursiones afectarían o se compatibilizarían con el turismo que ya tenemos hoy en día y con tendencia al alza, caracterizado por pernoctaciones de una semana de media en viviendas, casas y hoteles del casco, por hacer del casco como campamento base para hacer senderismo, por gastar mucho en aprovisionamiento en los tres supermercados existentes, por comer y cenar en nuestros restaurantes, por alquilar un coche para moverse, o por empezar a contratar con en empresas locales de prestación de servicios turísticos.
Personalmente pienso que Vallehermoso Casco debe contar con un aparcamiento que sustituya o mejore el actual y en el que también haya espacio para guaguas. En este sentido debo decir que me gustó y en buena medida me convenció la exposición que el arquitecto Fernando Cordero hizo sobre la remodelación de los actuales aparcamientos de la explanada.
Más allá de los resultados que arrojen las pruebas de carga, realizadas para testar la solidez de la cimentación del parque a los efectos de decidir situar allí el aparcamiento, entiendo que, al menos, deben pasarse a consideración otros emplazamientos alternativos. Comparto pues lo que se reivindica en la plataforma de defensa del parque.
El parque sí se toca. Cuando se pueda, debemos trabajar en recuperar el esplendor de su vegetación, reponer el contorno de las figuras en las que el óxido ha hecho mella, reponer las piedras de algunos muretes, solucionar el problema de desprendimientos de la carretera a Morera o pintar las barandas.
No me queda la sensación de que lo que hemos hecho desde el Ayuntamiento de Vallehermoso – y me incluyo porque allí trabajo como técnico- haya sido algo catastrófico o irreversible. Tampoco pienso que hayamos obrado de un modo opaco o irresponsable.
Más bien, lo que ha pasado lo asocio a que no se ha dado oportunidad a que el sentido común y el diálogo sea las fórmulas con la que se alcanzan logros en comunidades que interpelan por la mejora de sus condiciones de vida.