La obra de Pedro Felipe Rivero , ´Mi E-reader`, se alzó con el primer premio del Concurso de Relato Hiperbreve Ruiz de Padrón, que el Cabildo de La Gomera organiza con motivo de la Feria Insular del Libro. Esta distinción otorgada por la unanimidad de los miembros del jurado reconoció “la extraordinaria composición” en la que los avances tecnológicos y las redes sociales son protagonistas del relato.
´La mañana más triste de agosto fue lunes` de Abraham Darias obtuvo el segundo premio con un relato basado en la historia de despedida entre un padre y un hijo, cuando el primero de ellos fallece en un hospital.
La consejera de Política Sociocultural, Rosa Elena García, subrayó el alto nivel de todos los trabajos presentados, a cuya valoración también se sumaron el resto de miembros del jurado. “En esta edición, la totalidad de los participantes coincidieron en dar un enfoque singular a sus obras, en la que la imaginación e, incluso, las referencias a La Gomera fueron recurrentes”, detalló.
García recordó que tal y como establecen las bases, los relatos no podían superar las veinticinco líneas si eran en formato digital o las quince líneas si se presentaban de forma tradicional. Además, todos ellos tenían la obligación de comenzar con “…acaso algunos libros, pocas cosas y la guitarra que yo tanto adoro, perfumada de versos y de rosas…”
Por último, explicó que el primer premio tiene una dotación económica de 300 euros, mientras que para el segundo es de 200 euros.
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Primer premio: ‘Mi E-reader’
“… acaso algunos libros, pocas cosas./ y la guitarra que yo tanto adoro./ perfumada de versos y de rosas…”./ Ven con recelo cuando llevo a las manos mi calculadora con su botón de encendido y apagado muy calentito por el constante uso en mis estudios de Ciencias Matemáticas. La vuelvo a encender, le ajusto el contraste del display , el sol le da de lleno. Llego a las teclas con el shift que le da una opción alternativa. Leo su pantalla, me aparece la flecha a la derecha que va a la línea de expresión a la entrada…Veo la flecha hacia la izquierda …pero me voy al menú. ¡Cuantas opciones! entrar, salir, simbología de ingeniería, matemáticas, decimal, unidad angular, formato numérico, …Me voy a la barra de desplazamiento vertical y me salgo de la pantalla…. Me acuerdo de algunos libros, de las pocas cosas que tenía en la habitación, de la guitarra, en la esquina, dolida y silenciosa. Ya no se sentía amada mientras dejaba rasgar sus cuerdas escuchando el sonido de mis versos perfumados por las rosas que afloraban de un pequeño ramo en la mesilla central. En la otra esquina de la mesa observo un eReader, el libro moderno se disputa mi tiempo libre con aquellos pocos textos que van quedando atrás, se siente orgulloso porque presume de que es la innovación, no necesita amplias estanterías para colocar sus obras, ahora llamadas eBook. Sabe que ya sus libros no inundan toda mi casa, que el polvo no se acumula y que tengo más espacio para disfrutar del momento. Mi eReader se pregunta:
-¿Acaso algunos libros, pocas cosas y la guitarra que él tanto adora perfumada de versos y de rosas… los tiene ya olvidados? Al lector electrónico se le ocurre una idea: -¿Y si nos unimos trabajando en grupo…? ¡suena la guitarra, la partitura de la música es leída en la pantalla de su tinta electrónica y los versos escritos por encima de los pentagramas! Mira en derredor y se siente orgulloso. Algunos libros adornan la esquina del estudio en Agulo, La Gomera. El jarrón de la mesilla está elegante, sus rosas son frescas, recién cortadas. En la mesa otro compañero, un Smartphone, que ayuda en la socialización, compartiendo las citas favoritas de mis lecturas y mi música en Facebook, Twitter….. Y para el postureo del rincón: …acaso algunos libros, pocas cosas y la guitarra que yo tanto adoro, perfumada de versos y de rosas en ¡Instagram!
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Segundo premio: ‘La mañana más triste de agosto fue lunes’
“…acaso algunos libros, pocas cosas,/ y la guitarra que yo tanto adoro,/ perfumada de versos y rosas…”. De golpe, mientras conducía, me estremeció el olor denso y continuo del polvo arenoso del barranco.
La mañana más triste de agosto fue lunes. Frente a mí, en la habitación, una enfermera con el pelo recogido en una coleta subió el estor de la ventana. Entraba una luz enfermiza que caía sobre el terrazo pálido.
– No mucho tiempo –me dijo. Y se marchó por el pasillo.
Papá estaba despierto. No sé si fue por el pelo ceniza, el rostro apenado de un último bolero o las manos del tono de las maderas pulidas, pero lo cierto es que era un cuerpo que sólo buscaba la noche. Le ayudé a incorporarse. Entonces, con una entereza fingida en la voz, entre sus historias me contó la vez que cuando aún yo tenía párvulas ideas, durante los momentos de los deberes de olvidadas matemáticas, me enseñó unos primeros acordes de guitarra que harían sonar el ritmo que llamamos tun-de-te; y recordamos, sin darnos cuenta, su manera de calificar anticipadamente a lápiz los exámenes de adultos estudiantes. Nuestra reacción me sorprendió: reímos. A pesar de sus años y su piel caduca seguía riendo vivaz. Luego hablamos del Valencia, las cosas irremediables de casa y de mamá.
Al final nos abrazamos como amigos. Nos dijimos adiós en un instante fraternal. Anduve de vuelta el pasillo y vi que en el interior de otra habitación muda cambiaban el juego de sábanas que cubrirían otro morador. Junto al coche miré al cielo y no vi esperanza.
Sentado en el salón solitario, mirando la guitarra huérfana, pensé en la muerte.