POR SALVADOR GARCÍA.- Hay que verlos, hay que oírlos, hay que sufrir…
El presidente de USA, Donald Trump, y sus políticas de inmigración cuyas consecuencias dan igual. Aunque luego se emitan imágenes y proliferen las protestas, así sean de la mismísima ONU. Y el Papa Francisco, ¿dónde está? ¿Dónde las organizaciones humanitarias? ¿Y la solidaridad restante?
Hay que verlos, hay que oírlos, no se puede ser insensible… La crueldad, el desgarramiento, las lágrimas, los llantos, el dolor, la impotencia y el desespero. Medio mundo pendiente del balón y el otro medio, atónito ante los resultados de la aplicación de normas sui generis que dejan como víctimas a quienes menos se lo merecen, a quienes no tienen culpa, a los inocentes que aparecen entre paredes de tela metálica y mantas térmicas de supervivencia, un auténtico gueto, vagando, gimiendo, mirando a ninguna parte, sin palabras de consuelo, sin un gesto de aliento… Como en las películas, solo que todo era real, muy real.
No se puede permanecer indolente. Es probable que los descerebrados aún aplaudan a Trump pero no hay derecho. Así han llorado periodistas ante las cámaras, el dolor pudo más que el deber informativo. Si a situaciones como la del buqueAquarius denominan ‘efecto llamada’, ¿qué nombre dar a esta que se produce en pleno siglo XXI en la frontera entre Estados Unidos y México? ¿Acaso el ‘efecto marginalidad premeditada’? ¿Acaso el ‘efecto exclusión’?
Será la propia administración yanki la que diga si está contenta con los frutos de sus políticas. En principio, los funcionarios norteamericanos vaticinaron que esta tolerancia cero -llevada al extremo- disuadiría a los inmigrantes de tratar de ingresar ilegalmente en los Estados Unidos. Al contrario, los datos publicados reflejan un aumento de aproximadamente un 5 % en el número de personas atrapadas cruzando la frontera ilegalmente el pasado mes de mayo en comparación con las cifras de abril, incluido un gran salto en menores no acompañados.
Trump quería una guerra, no la ha tenido y ahora, salvo que cambie de criterio, le traen al pairo las imágenes y los llantos del dolor infantil que claman por la mano, el consuelo y el regazo de sus padres. Esas son sus modélicas políticas. No todos los congresistas o senadores de su propio partido parecen estar muy de acuerdo. Después de comprobar estos efectos, menos adeptos encontrarán. “Niños enjaulados” acabamos de leer un titular de prensa. No exagera. Es lo que se ha visto.
Es la prueba palpable de un desaguisado. De una insensibilidad mayúscula.