Por fin se han acabado las elecciones, primero las Generales en abril, después las Europeas, Autonómicas, Insulares y Locales en mayo; la verdad es que han sido dos meses con una saturación, que ha llevado al límite de lo soportable. Tampoco podemos olvidar que venimos arrastrando dos años con una inflación política abrumadora, que todo lo ocupaba y mediatizaba. Hay un hartazgo generalizado, porque alguna vez los políticos tendrán que ponerse a trabajar, dejando atrás las sonrisas forzadas, los maquillajes artificiales o los saludos por doquier. Ya están los resultados, lo que la ciudadanía ha escogido libremente, ahora es el momento del cumplimiento, de pasar de las palabras bonitas, edulcoradas y prometedoras, a la realidad tangible. Que no pase lo de siempre, lo que todos sabemos por experiencia y retrata el refranero: “que donde dije digo, digo Diego”. Ya lo plasmó Milton Friedman: “Uno de los más grandes errores es juzgar a los políticos y sus programas por sus intenciones, en vez que por sus resultados”.
Los partidos, así como los candidatos o candidatas, están en plena resaca postelectoral; ahora vienen las reuniones oportunas, unas públicas de menor importancia, de cara a la galería y otras privadas, que precisamente son las que tendrán enjundia y decidan las distintas opciones de gobierno en los variados ámbitos territoriales. Opciones hay varias, con distintos componentes, lo ideal sería que cuajaran las que sean beneficiosas para una gestión eficiente del gobierno de la cosa pública, otra cosa es lo que salga al final, que suele ser lo posible en cada caso. Casi nadie está conforme con sus resultados, a excepción de los que consiguieron mayoría absoluta, porque siempre esperaban más o que sus contrincantes obtuvieran menos. Es cuestión de aceptar lo que ha sucedido, para emprender la labor de gobierno o de oposición.
Hay tanto por hacer, que no hay tiempo que perder, ya se ha dilapidado más del necesario. Empecemos a construir, que es la mejor forma de avanzar, poniendo lo prometido en marcha, para ver si de una vez, somos capaces de que alguna obra pública, especialmente carreteras, se inaugure en Tenerife o también, llegar a la meta que significa poner la última piedra. La sociedad civil, tiene que ser exigente, pidiendo cuentas constantemente, no se trata de votar y hasta luego Lucas, para dentro de cuatro años vernos de nuevo. El mundo está cambiando a todos los niveles, incluso en los comportamientos cotidianos, tenemos más información, medios directos de incidencia en la vida social, económica o política, además de interés por ser más que oídos, escuchados. Ya lo puntualizó Napoleón Hill: “si quieres obtener más, cerciórate de exigirte más a ti mismo.”
Hay que moverse, nunca mejor dicho, para que los responsables públicos que van a empezar esta nueva Legislatura sean conscientes de la responsabilidad que asumen. Porque a la política no se va a vivir de ella, bueno los sueldólogos si lo hacen por supervivencia personal, por cierto, cuanto daño hacen y que poco fructifican. Se está para trabajar durante un tiempo determinado en un servicio público que lleva implícito la eficacia, porque, para torpes no estamos preparados o mejor dicho, ya tenemos suficientes. En estos cuatro años que tenemos por delante, no hay disculpas para ejecutar todas las obras de carreteras que Tenerife necesita y lleva demandando desde hace tres décadas. Se han prometido, pues hay que hacerlas. Algunas nos dijeron que empezaban este año, veremos el grado de cumplimiento y la seriedad en el compromiso de cada cual, otra cosa sería lo de siempre.