Decía un empresario de la construcción, refiriéndose a Tenerife, que «esto es chiquito y aquí nos conocemos todos, para bien o para mal». Es una verdad incuestionable, que a unos asusta y a otros enriquece. Después de la crisis padecida globalmente y que tan directamente afectó al sector de la construcción, dejando en su travesía a muchas empresas arruinadas, desaparecidas o tocadas, ha empezado a emerger, con un ímpetu sorprendente, un nuevo tipo de empresario o empresaria que ilusiona, porque tiene valores y perspectivas de negocio diferentes a lo acostumbrado.
Por un lado, están los que conforman la segunda generación, son los hijos e hijas de los padres fundadores, hombres que en su día y con grandes sacrificios, mucho trabajo y listeza natural, crearon empresas potentes y que ahora, por cuestiones de edad y por las circunstancias sobrevenidas, han dado el testigo a la siguiente generación, que la conforman jóvenes con una destacada formación académica, no solo universitaria, sino también de posgrado y con un interés particular en una formación continua. No son los hijos pijos del padre rico, sino los hijos que han sufrido en su familia los estragos de una crisis que hizo tambalear los cimientos no sólo de la empresa, sino también, la estabilidad familiar. Jóvenes, pero curados ya en el sacrificio que ha significado en muchos casos el empezar de cero, con el hándicap de estar arrastrando deudas de la época de sus padres, que se han ido pagando a base de trabajo serio y fortaleza de ánimo. Son unos guerreros que están dispuestos a disputar cada metro que pisan.
Por otro lado, nos encontramos con esos emprendedores, empresarias y empresarios capacitados, que tienen como cartera de presentación su formación académica, técnica y profesional, que han dado el salto, siempre aventurero, al mundo empresarial, aportando conocimientos, estrategias y voluntades emergentes. Su competencia está asegurando un tejido empresarial en la construcción, verdaderamente ágil, robusto y de total garantía. Son también jóvenes, pero con la experiencia que tienen ya de asumir retos empresariales arriesgados, siendo muchas veces felizmente insolentes y abridores de nuevos campos de actividad, que permiten aventurar un fortalecimiento empresarial en la construcción, dinámico y atrevido.
Son verdaderamente reivindicativos, contrarios al acomodamiento y seguidismo al que se está placenteramente acostumbrado en esta Isla. Se revuelven contra cualquier tipo de monopolio real o disimulado y quieren liderar una nueva representación empresarial, que tenga agallas para exigir a los responsables públicos una gestión eficiente y fuera de amiguismos. Quieren trabajar y ganar, no estando dispuestos a ser segundones, se apropian el liderazgo del sector con un ímpetu prometedor, incorporando nuevas tecnologías, asumiendo nuevos métodos constructivos, incorporando materiales novedosos y aportando tecnología de última generación, además de ganas de participar en la sociedad civil de forma activa. Esta nueva clase empresarial tinerfeña del sector de la construcción está siendo atractiva, siendo un reto esperanzador donde muchas empresas, con capacidad para trabajar en cualquier isla, pequeñas y medianas en tamaño, pero eminentemente especializadas, aportan valor añadido a nuestra economía en particular y a la sociedad en general. Seguro que serán los que participen activamente en el crecimiento económico y desarrollo social de Canarias.