Hace unos días, como todos los años, el 20 de noviembre celebramos el Día Internacional de los Derechos de la Infancia, un día dedicado a recordar y reivindicar los derechos de todas las niñas, niños y adolescentes del planeta, sin exclusión.
Ninguna causa, etnia, cultura, creencia, religión, país de origen, clase social, identidad de género u orientación sexual puede condicionar o mermar estos derechos que con la misma legitimidad de Derechos Humanos, son universales para todas y todos.
En estos días, muchas instituciones, ciudades y pueblos de nuestras islas han conmemorado la fecha con celebraciones solidarias, seguro que la mayoría de ellas diseñadas con las mejores intenciones, nacidas del corazón y ejecutadas con la generosidad y respeto de quienes, de forma coherente, entienden y aplican los principios de el “bien superior del menor” que deben de regir todas las acciones cuando de Infancia, niñas y niños se trata.
Pero hay también autoridades que, escondidas entre buenas palabras y lugares comunes, trufan sus discursos con pequeñas perlas tales como “no somos racistas ni xenófobos, pero”… y en ese ‘pero’ encierran toda la carga de prejuicios y rechazo que llevan dentro, basada, precisamente, en la xenofobia que sienten y alimentan con respecto a un colectivo de criaturas -que no individualizan para no humanizarlas- que han llegado solas a nuestra tierra, jugándose la vida en miserables pateras, en embarcaciones de mala muerte -nunca mejor dicho- con el sueño de llegar tener un futuro, una vida mínimamente digna. A veces, solo una vida.
Les llaman MENA para no nombrarles, para ocultar que detrás de esas cuatro letras, lo que hay son niñas y niños, adolescentes en su mayoría, que se encuentran solos y perdidos, sin sus familias, sin su gente. Con todo el miedo que da lo desconocido, en una tierra extraña, con una cultura e idioma diferentes, y a todo esto, desde su vulnerabilidad, se tienen que enfrentar.
Les llaman MENA y así, sin ningún pudor, algunos alcaldes y alcaldesas, responsables públicos, representantes de partidos políticos -cuyas siglas preferimos ignorar- propagan, desde su infamia, toda clase de mentiras y bulos que lo único cierto que expresan es la verdad de su odio y desprecio.
Se permiten la bajeza moral de jalear a sus pueblos, invitarles a promover manifestaciones xenófobas, a que salgan a la calle para que las casas o centros donde son acogidos o acogidas, no estén en sus pueblos, en sus barrios o ciudades.
A toda esta gente queremos recordarles que los derechos de la infancia están plenamente estipulados en la Convención sobre los Derechos del Niño, elaborada durante 10 años con las aportaciones de representantes de diversas sociedades, culturas y religiones, que fue aprobada como tratado internacional de derechos humanos el 20 de noviembre de 1989, que todos los países firmantes, entre ellos España -sí, esa España de la que tanto se les llena la boca a algunos- se comprometieron a su obligado cumplimiento
Que si les da mucha pereza, se lean solo el Artículo 2:
- “Los Estados Partes respetarán los derechos enunciados en la presente Convención y asegurarán su aplicación a cada niño sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes legales.”
- “Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido contra toda forma de discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades, las opiniones expresadas o las creencias de sus padres, o sus tutores o de sus familiares.”
Y una vez más, estas “podemitas radicales” que somos, invitamos a todas las autoridades de nuestro país a que den ejemplo y se comprometan, en serio, con el cumplimiento de las leyes autonómicas, estatales y acuerdos internacionales que hemos suscrito.
Que no tengan la poca vergüenza de justificar o legitimar el racismo, la xenofobia y aporofobia que subyace en sus discursos, menos aún en sus acciones. Y que tampoco lo hagan, porque serían cómplices, quienes de forma indirecta apoyan y blanquean a organizaciones y partidos que niegan y no respetan los Derechos Humanos, que se esconden tras discursos patriotas, fomentando el miedo y el odio, dispuestos a ignorar las leyes, hasta las más sagradas, como las que tratan los derechos de las niñas, niños y adolescentes más vulnerables.
Porque, tal como se recoge en el Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la Infancia, de 1990: “No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana»